Rocío Luna
Una de las razones de la crisis actual de agua en el mundo es porque algunos gobiernos han optado por dejar el agua en manos del mercado. Los privatizadores dicen que así es posible asegurar que sea empleada y distribuida racionalmente cuando en realidad lo que buscan es que sea acaparada por grandes corporaciones. Desde el gobierno neoliberal de Carlos Salinas este ha sido el enfoque de México. El resultado: de acuerdo con un reciente estudio de la UAM, en nuestro país 20% del líquido está actualmente en manos de 1.1% de la población.
Ahora bien existen diversas problemáticas relacionadas con el agua en la Ciudad de México, y que no es un tema reciente; basta recordar el milenario carácter lacustre la Cuenca del Valle de México, así como su muy particular hidrología y que han estado presentes a lo largo de su historia, desde el abasto de agua a la población que vive aquí, hasta las múltiples inundaciones que cuentan con sus primeros registros en el año 1416, como la gran inundación de 1950; y que son parte de la historia de la Ciudad, particularmente a raíz de que los colonizadores españoles desecaron los lagos y talaron los bosques en la Cuenca de México y fue a partir de la explosión espacial y demográfica de la urbe registrada en la década de 1970 debido a la concentración urbana y a las disparidades del desarrollo regional propia del desarrollo desigual capitalista, así como por la falta de trabajo en los lugares de origen de la población que se dio inicio a la configuración de una crisis hídrica que contempla distintas dimensiones y que compromete gravemente la viabilidad de nuestra urbe.
Sabemos que hablar de crisis hídrica en la ciudad de México y de sus consecuentes riesgos (económicos, políticos, sociales y ambientales), implica cuestionar el actual sistema de gestión hídrica que como se mencionó, como el hecho de que está en manos de pocos y a merced de grandes industrias contaminantes como la minería. Así como el hecho de que, en lugar de cosechar el agua de lluvia, esta se va al drenaje y para traer agua la trasladan 127 kilómetros por el Sistema Lerma Cutzamala despojando a comunidades de Michoacán y Edomex para traerla subirla 1,600 metros a través de costosas obras que enriquecen los bolsillos de las corporaciones.
El agua es uno de recursos renovables más importantes para la ciudad, sobre todo si nos referimos a calidad de vida y viabilidad urbana. Los sistemas sociales, económicos y políticos que se desarrollan en la ciudad dependen del abasto, así como el control de la actual situación de crisis sanitaria derivada del Covid 19.
La relación del agua y la ciudad tiene mucha historia en torno a su origen dentro de este territorio, se sabe de la proporción lacustre que rodeaba la gran Tenochtitlán por las políticas de los colonizadores españoles y luego de los diferentes gobiernos desde el porfirismo hasta los del PRI, ahora solo quedan algunos cuerpos de agua entubados o, en su defecto secos o en desuso.
El agua es un elemento vital y ligado al desarrollo de toda sociedad. Los registros en códices y en volúmenes coloniales nos revelan los secretos de las leyendas ancestrales de las aguas en CDMX.
Tláloc, entre otras figuras del séquito de dioses prehispánicos son los protagonistas de los mitos y leyendas acerca del origen del mundo, del agua, de los seres humanos, entre otros elementos de acuerdo con la cosmogonía prehispánica.
De acuerdo con la versión recopilada por Andrés González en el libro Leyendas del agua en México, el agua fue creada por Hutzilopochtli y Quetzalcóatl. De forma paralela, también crearon un lagarto gigante llamado Cipactli. Después de este primer trabajo de creación, ambos dioses se reunieron con sus hermanos para traer a la vida las dualidades del agua: La masculina Tláloc y la femenina Chalchiuhtlicue.
Esta dupla de dioses resguardaba en el Tlalocan, es decir el paraíso, todo tipo de aguas: las de lluvia, las de aguanieve o granizo, las aguas malas o que no dejaban crecer la milpa, entre otras.
Sin embargo, los esposos Tláloc y Chalchiuhtlicue no podían llevar el agua de lluvia a todas partes, así que recurrieron a unos mensajeros o ministros llamados tlaloques para que distribuyeran las aguas pluviales. De esta manera Tláloc asumió su poderío y control como el dios de la lluvia y Chalchiuhtlicue la de las aguas terrenales, es decir, los manantiales, ríos y todas las corrientes subterráneas.
La diosa del agua Chalchiuhtlicue en varias investigaciones está íntimamente relacionada con el dios de la lluvia Tlaloc, pero las fuentes varían. Algunos dicen que era la esposa o la contraparte femenina de Tlaloc; en otros, es hermana de Tlaloc; y algunos eruditos sugieren que ella es el mismo Tlaloc con un disfraz diferente. También se la asocia con los “Tlaloques”, los hermanos de Tlaloc o quizás sus hijos. En algunas fuentes, se la describe como la esposa del dios azteca del fuego Huehueteotl-Xiuhtecuhtli. Así de interesante es nuestra historia y legado histórico de la relación del agua y la ciudad.
El agua es vida, y sin ella no somos nada, así de simple, nuestra existencia depende del agua. El agua es uno de los mayores retos que tiene México por delante, defendamos el derecho al libre acceso, el abasto en la Ciudad y cuidemos de su buen uso. Pero sobre todo hay que cambiar todo el sistema de manejo de agua, para hacer a las comunidades sustentables y no sujetas a los negocios de las corporaciones, que cobran por traer el agua, cobran por sacar las aguas negras, venden el agua en botellas de plástico, la acaparan y de este vital líquido hacen gran negocio.
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