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El proyecto neoconservador

John Saxe-Fernández

La Jornada 11 de agosto 2022


Es claro que el diseño neoconservador de la extrema derecha de Estados Unidos que se ha venido articulando políticamente desde finales del siglo XX con el Proyecto para el Nuevo Siglo Estadunidense y que tomó el timón de la política doméstica e internacional desde los ataques a las Torres Gemelas y al Pentágono el 11 de septiembre de 2001, dando inicio a las guerras antiterroristas con la adopción de la Doctrina de la Autodefensa Anticipatoria, que significa atacar antes de ser atacado, colocándose al margen del derecho internacional y hacia adentro con la Ley Patriota, que establece un virtual estado de excepción y suspensión de derechos civiles.

El nacionaltrumpismo que se despliega sobre estos fundamentos político-militares, proyectándose hacia las elecciones de 2024, promoviendo un estilo golpista que acelera el pronunciado declive hegemónico, su negacionismo en lo climático, que quita a EU el liderazgo en un asunto planetario y su endoso a la desregulación de gases de efecto invernadero, colocó al presidente magnate como cabildero de los combustibles fósiles y promotor del calentamiento planetario en curso.

Antes del arribo de Trump, los trágicos y no aclarados eventos del 11 de septiembre de 2001 fueron la chispa usada por el liderato neoconservador para promover su agenda al margen de la legalidad internacional. Poco después de los mismos, Condoleezza Rice, asesora de Seguridad Nacional, convocó al Consejo de Seguridad de Bush para afirmar la enorme oportunidad para una revisión a fondo de la política y la legislación tanto doméstica como internacional como lo detallo en Terror e Imperio (Debate, 2005).

El Proyecto para el Nuevo Siglo Estadunidense, como lo recordó el Sunday Herald (15/9/2002), empezó a funcionar en 1997 para, como lo dice su documento fundacional, impulsar lo que califica como “una política reaganiana de fortaleza militar y de claridad moral”, considerada como algo “necesario para que EU, basado en los éxitos del siglo pasado, consolide nuestra seguridad y nuestra grandeza en el próximo siglo”. El documento, de línea ultranacionalista, plantea la “creación de una Pax Americana Global”, y fue endosado por Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz, Jeb Bush y Lewis Libby, jefe del personal de Cheney, con la participación de operadores políticos e ideólogos como Elliott Abrams y Francis Fukuyama. El Sunday Herald enfatizó que, según el documento, “antes de que asumiera la presidencia en enero de 2000, Bush y su gabinete ya estaban contemplando y planeando un “cambio de régimen” en Irak por medio de un ataque premeditado contra ese país.

La propuesta central del documento, cuyo autor principal es Thomas Do-nnelly, es que “...actualmente Estados Unidos no tiene rival global y que su gran estrategia debe encaminarse a asumir el manto global como la potencia dominante con base en lo que algunos historiadores denominan supremacía armada, todo lo cual coincide con la línea de un unilateralismo bélico como el desplegado por Hitler”.


Hoy los riesgos existenciales son mayores: junto con el colapso climático capitalogénico en curso, como lo señaló Antonio Guterres, secretario general de la ONU. “Hoy la humanidad está a un malentendido, a un solo error de cálculo de la aniquilación nuclear.” (La Jornada, 2/8/22), una guerra nuclear cuyo orden de probabilidad ha aumentado de manera grotesca ante el acoso estratégico al que se ha sometido a Rusia por parte de EU y la OTAN. El retorno de Trump podría significar una catástrofe en ambas direcciones.

¿Estamos frente al fin del siglo estadunidense? Tal es el sentido de una sólida reflexión política de Daniel Bessner, de la Washington University, destacada en la portada de la revista Harper’s Magazine, (julio, 2022). merecedora de atención pública como bien lo entendió nuestro colega Alfredo Jalife (La Jornada, 17/7/22)

Bessner cita al historiador Stephen Wertheim, quien señala que desde la proclama de que había llegado el siglo estadunidense, pusieron en marcha una gran estrategia (grand strategy) que se ajusta a la noción de primacía armada y me parece muy importante, porque se inscribe en la larga historia del expansionismo territorial de la potencia norteña.

Trump, siendo presidente en funciones, preguntó a sus asesores de Seguridad Nacional: “¿Por qué no estamos en guerra con Venezuela si tiene todo ese petróleo y está en nuestra puerta trasera?” En otra ocasión preguntó a esa misma asesoría: “Si tenemos armas nucleares, ¿por qué no las usamos?” Ambos casos, agregados a un intento de golpe de Estado el 6 de enero de 2021, lo deberían deshabilitar como candidato a la presidencia de EU.

Miguel Jiménez, del diario español El País (7/8/22), hace una reseña de la Conferencia de Acción Política (CPAC, por sus siglas en inglés), celebrada el pasado fin de semana en Dallas, Texas, calificándola de “gran festival derechista”, con un discurso extremista de Trump como cierre repitiendo sus clásicos mantras: Biden no ganó las elecciones, estamos en guerra, la economía se derrumba, el covid es chino, los procesados por el asalto al Capitolio y el intento de golpe son víctimas de una justicia al estilo soviético, la educación está en manos de profesores marxistas, el Partido Demócrata está en manos de lunáticos socialistas, debemos detener la invasión de nuestra frontera sur por inmigrantes, delincuentes, etcétera, y con dichos como esos arrasó con 69 por ciento de la intención de voto para las presidenciales de 2024 por parte del selecto público que atendía la convención, seguido por el no menos conservador Ron DeSantis con 24 por ciento de apoyo y muy a la zaga el torpe senador Ted Cruz, que en casa logró 2 por ciento.

Frente a estos riesgos existenciales es necesario que retomemos la esperanza de cambio con la llegada de nuevos gobiernos progresistas y, como dice el politólogo y gran geopolítico latinoamericano Atilio Borón, que las sociedades vuelvan a tomar la calle.

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