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Israel sigue a sus mayores

Foto: JORGE


Rosa Miriam Elizalde.  La Jornada. 10 de octubre 2024


El 4 de marzo de 1960 estalló el vapor francés La Coubre en el puerto de La Habana, con su carga de 76 toneladas de armas y municiones, además de quesos franceses, cristales para ventanas y maquinaria agrícola. Murieron 136 personas y otras 200 resultaron heridas.


El 5 de marzo, durante el sepelio de las víctimas, Fidel Castro pronunció su famoso discurso en el que por primera vez enunció la consigna “patria o muerte”. En la tribuna aquel día estaban Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir y los principales líderes cubanos, y allí Korda hizo la mítica foto del Che Guevara con boina y la mirada extraviada que se convertiría en ícono rebelde.


El escritor Guillermo Cabrera Infante, entonces periodista del diario Revolución, llegó a la zona del desastre tras la explosión inicial. Del barco, escribió, “se elevaba no una columna, sino una ducha, una catarata de fuego invertida”. Y cuando él intentaba acercarse a la proa, se produjo una segunda explosión: “La onda expansiva me volteó hacia la derecha y me hizo perder el equilibrio. Caí sentado y cuando traté de levantarme noté que me faltaba un zapato.


Estúpidamente traté de buscarlo a gatas.

Entonces la gente que venía corriendo me tiró boca arriba; alguien me pisó en la mano, y otro alguien me puso un pie en la pierna, y otro alguien más me aplastó la rodilla. No sentí dolor ni miedo ni absolutamente nada, sino que me puse a mirar cómo ascendía el abanico de fuego y cómo la metralla avanzaba, lenta pero ominosamente sobre nosotros”.


Desde ese momento, todo lo que vio Cabrera Infante fueron torsos, piernas, cabezas, intestinos confundidos entre la carne y la sangre. La principal pregunta que todos se hacían era quién fue el responsable de esta atmósfera de apocalipsis. La respuesta colectiva apuntó a la mano criminal de la CIA, aunque hasta hoy el gobierno de EU no lo ha reconocido ni ha entregado un solo documento que permita exonerarlo de tal responsabilidad.


Como ocurrió con las explosiones de los aparatos de comunicación en Líbano, preguntar quién es el autor de los hechos es pura retórica. En el caso de La Coubre, sólo una organización criminal como los servicios de inteligencia estadunidenses podía organizar un atentado terrorista de tal magnitud, con capacidad para planificar una primera explosión y luego, una segunda aún mayor que arrasaría con las personas que se acercaban a socorrer a las víctimas y, posiblemente, con la dirección de la revolución cubana. Calcularon que Fidel, el Che, Raúl Castro y otros llegarían a la zona del desastre, y así fue. Milagrosamente escaparon de la muerte.


En un libro recién publicado, El enigma de La Coubre, el investigador Hernando Calvo Ospina ha arrojado nuevas pistas sobre este atentado. Él tuvo acceso a los archivos de la French Lines & Compagnies, radicados en la ciudad francesa de Le Havre. Allí se resguarda el patrimonio histórico de la Marina Mercante francesa, sus navieras y puertos, incluido el de la Compagnie Gé né rale Transatlantique, propietaria de La Coubre.


Por más de 60 años esos documentos estuvieron cerrados al público y nadie había contactado a los tripulantes del barco que lograron sobrevivir. Calvo Ospina descubrió una pista esencial en esta historia: cuando La Coubre atracó en Amberes, se enfermaron súbitamente los dos guardias que cuidaban la plataforma desde donde se cargaron las armas para Cuba. Hubo que sustituirlos por otros que no dejaron rastro. Ups.


Después de la explosión de La Coubre, ocurrieron cientos de atentados terroristas contra Cuba, incluido el sabotaje con explosivo C4 de un avión civil en pleno vuelo, el 6 de octubre de 1976, que mató a 73 personas, entre ellas el equipo juvenil de esgrima cubano que regresaba a casa tras participar en los Juegos Centroamericanos y del Caribe. La gran paradoja resultante es que Cuba ha terminado en una lista espuria acusada por EU de patrocinar el terrorismo.


Muchos de los atentados que ha sufrido la nación caribeña en más de 60 años fueron de gran complejidad y sólo los podía organizar un Estado o grupos criminales que hubieran recibido el beneplácito de un gobierno. En la mayoría de los hechos la mano criminal fue una poderosa agencia de inteligencia, la CIA. En algún punto de la cadena se introdujeron trampas explosivas.


Hubo un gran número de víctimas inocentes. Se intentó asesinar a líderes locales.


Cualquier parecido con la ola de explosiones mortales en Líbano no es pura coincidencia. Israel, hijo putativo de EU, hace lo que aprendió de sus mayores.

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