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UNA LEONA AL COMBATE

Se fue Octaviano, el primer amor de Leona Vicario, en los momentos cruciales en los que se iba a desencadenar la lucha a muerte contra el gobierno español. Esa época la joven mujer se llenó de inquietudes y pasión por la causa de la libertad que compartía con su primo Manuel y con el novio ausente. Los acontecimientos de 1808 lo removieron todo.


Leona Vicario

Leona se despidió de su novio Octaviano, había sido su primer pretendiente, compartieron ideas patrióticas y llegó a encariñarse con él, además de que su mamá había intervenido para formalizar un noviazgo, pero él estaba ya en la lejana España, donde iba a participar en las Cortes de Cádiz y tuvo tiempo de irlo olvidando. Lo que no podía olvidar era la suerte funesta de quien iba a ser su futuro “suegro” Don Ignacio asesinado en septiembre de 1808 en manos de los españoles por querer defender la soberanía. Entonces en esos momentos eran otras cosas las que le angustiaban, ya que estaba llena de interrogantes por todos los acontecimientos que se vivieron en esos años, y por la suerte inmediata de su país, pues al faltar el Rey de España, había un gran vacío de poder. Al mismo tiempo los problemas generados por el colonialismo se iban agudizando al máximo y veía a la gente cada vez sufrir más. La crisis estaba dura. En 1808, un grupito de 300 españoles le había dado golpe de Estado al virrey Iturrigaray e impusieron a Pedro Garibay, reprimiendo salvajemente a los criollos que buscaban la soberanía para México. Esto lo vivió personalmente Leona. Las ideas patrióticas habían comenzado a germinar en la mente y corazón de la joven y no podía aceptar que un puñado de españoles dominara a una nación entera y por medio de la violencia y el terror. Leona tenía a su gran aliado, su primo Manuel Fernández San Salvador, hijo de Pomposo y ambos hervían de inquietudes y coraje hacia la situación que vivía el Anáhuac, mal llamada Nueva España.

Con Manuel discutía todos los días la vorágine de acontecimientos que estremecían a la “Nueva España”. Entonces alguien más se sumó a la pareja de primos, el ayudante de Don Agustín Pomposo, un joven yucateco apenas unos meses mayor que Leona, que había egresado como bachiller de artes y cánones de la Real y Pontificia Universidad. El 21 de enero de 1809 había obtenido su grado como bachiller en cánones de manos de Pomposo. El joven aspirante a abogado se llamaba Andrés Quintana Roo.

Quintana Roo se había graduado como Bachiller de Artes y Cánones de la Real y Pontificia Universidad de la que Pomposo había sido rector. Andrés tenía 21 años, era un joven inteligente y estudioso por lo que ganó buena reputación. Al graduarse tenían que integrarse como mínimo dos años a un buffete de prestigio para poder recibirse de abogado. Como había recibido su grado de Bachiller en Cánones manos de Don Agustín Pomposo, pudo acercarse a él y conocerlo en lo personal y entonces solicitó y tuvo la suerte de ser recibido en su buffete, que tenía gran prestigio, donde por cierto también trabajaba Manuel. Fue en esas circunstancias que conoció a Leona y como además de elegante y apuesto tenía ideas patrióticas, pronto se hizo íntimo de Manuel y de su prima, quien por cierto seguía estando comprometida con Octaviano. El trato fue frecuente y la atracción mutua, más la lejanía del novio de Leona que se había ido a otro Continente, hicieron que los jóvenes se enamoraran poco a poco. La familia de Andrés tenía ideas avanzadas, su papá Matías Quintana había participado en Yucatán en un grupo denominado Sanjuanistas, que abogaba en contra de la opresión a los indígenas, y se oponía a los negocios de la iglesia que exigían pagos a la población como las obvenciones parroquiales. El grupo era contrario al dominio de la Corona Española.

Matías su padre fue quien estableció la primera imprenta que editó periódicos en la península yucateca, a su publicación se le tachó de subversiva por el gobierno español y fue aprehendido por las autoridades del virreinato que lo encarcelaron en la tétrica prisión de San Juan de Ulúa, en el Puerto de Veracruz. De modo que su hijo Andrés Quintana Roo sentía gran rebeldía y coraje contra la corona europea. Al florecer con el tiempo su relación y establecer un nuevo noviazgo, con miedo y timidez Manuel se acercó al tío para pedirle la mano de su amada, Don Agustín Pomposo se negó terminantemente. Había un compromiso con Octaviano, además de que no consideraba a Andrés como un joven de la estirpe que merecía Leona. El tutor quería un matrimonio de Leona con un miembro de una familia pudiente, como era la de Octaviano. Además, intuía que Andrés era un “muchacho alocado” como su hijo Manuel y su sobrina, temía que se fueran por el “mal camino”. El señor era un ferviente realista y detestaba todo lo que fuesen ideas subversivas y utópicas. Según él, la Nueva España siempre de los siempre sería gobernada por la Monarquía Borbónica española. Era decididamente pro monárquico y pro español, tanto que Pomposo se había dado a conocer siendo muy joven al redactar una oda titulada Sentimientos de la Nueva España por la muerte de su virrey D. Antonio María Bucareli, y posteriormente, en 1787, con unos versos titulados La América llorando por la temprana muerte de D. Bernardo de Gálvez, así demostró una sentida y profunda inclinación por el Imperio Borbónico y la política colonizadora de los invasores españoles, sin importarle todo el daño que hicieron en nuestras tierras. Cuando la invasión napoleónica y los reveses de la realeza borbónica, que desataron la Guerra de la Independencia española en 1808, a Agustín Pomposo hasta le salió lo poeta y escribía contra los “desgraciados” intentos de los soberanistas. En esa ocasión escribió una Memoria Cristiano-Política sobre lo mucho que la Nueva España debe temer de su desunión.

Pero Leona, Manuel y Andrés tenían otra idea diametralmente opuesta: México tenía ya que ser independiente y soberano. De cualquier manera, ese amor entre los dos jóvenes que se había fortalecido por la comunidad de ideales tenía que esperar un buen tiempo para consumarse, pues había encontrado obstáculos insalvables. En el año 1810, Manuel, Andrés y Leona son invitados por una amiga de la infancia de esta: Margarita Peimbert a una tertulia en casa de don Antonio del Río. Esas reuniones literarias escondían grupos subversivos dispuestos a luchar por la autonomía. Buscaban crear Juntas de Gobierno en provincia y un Congreso que gobernase aquí, pero en nombre del prisionero de Napoleón, Fernando VII. Si el Rey sucumbía aspiraban crear una Junta Nacional. Ahí Leona se enteró de la conspiración de Valladolid, hoy Morelia, de 1809 y de su fracaso. A pesar de todo la conspiración en el Bajío y en el Centro continuaba viva. Cuando Leona tenía 21 años, se entera en septiembre del levantamiento de Miguel Hidalgo y Costilla. Para entonces ya estaba bien integrada al movimiento soberanista. Y ya que las tertulias se desarrollaban en diversas casas de personajes pudientes, Leona ofrece su céntrica casa donde podían reunirse los rebeldes, y, además, para recibir y enviar correspondencia con los rebeldes y también dinero, armas y abasto a los combatientes. De modo que se comprometió seriamente con el movimiento, a pesar de lo arriesgado que era para ella. Entonces inspirada en la lectura del libro del utópico Fenelón, Las aventuras de Telémaco, escrito en el siglo XVII, ideó que los conspiradores por precaución y para guardar la clandestinidad, debían llamarse por seudónimos adoptado ella el de “Enriqueta”. Además, en ese libro hablaba del pueblo de Creta que es presentado como un modelo de sobriedad y de trabajo, ajeno al lujo, a la riqueza y el de la Bética que responde al modelo de la edad de oro. Allí los hombres viven «sin dividir las tierras» y «todos los bienes son colectivos: los frutos de los árboles, las legumbres de la tierra, la leche de los rebaños son riquezas tan abundantes que los pueblos sobrios y moderados no tienen necesidad de repartirlas». De modo que Leona aprendió a amar a la colectividad, la justicia y la armonía social. Para ese entonces su casa, a espaldas del tío, se convierte en un centro de conspiración. En medio de tanta actividad el amor de Leona y Andrés se consolida. La actividad era frenética y el entusiasmo crecía cuando se enteran del levantamiento popular en Dolores encabezado por Miguel Hidalgo y Costilla, un cura que llevaba años trabajando con las comunidades indígenas, que hablaba Náhuatl, purépecha y nahñu u otomí y que además en sus famosas tertulias había sembrado las nuevas ideas de libertad en un amplio círculo. La revolución creció irrefrenable, tomando San Miguel, Celaya, Guanajuato y acercándose a la Ciudad de México. Estando Hidalgo a las puertas de la capital, el grupo entra en contacto con él y con Allende, enviándoles información sobre la situación dentro de la ciudad. El 29 de octubre Andrés es detenido, acusado de tener contacto con los insurrectos, y es humillado por las calles, desnudo, atado de pies y manos mientras se le llevaba a prisión donde permaneció 17 días, hasta que fue puesto en libertad por falta de pruebas. Cuando tomó Guadalajara, Miguel Hidalgo declaró la abolición de la esclavitud y la de los tributos entre otras cuestiones que dio a conocer en el primer periódico revolucionario. ”El Despertador Americano” del cual salieron siete números. Así se iban propagando las nuevas ideas y el programa de lucha. El movimiento tenía un objetivo. Hidalgo aspiraba a un levantamiento nacional.

Trágicamente llegó el golpe mortal. Luego del 16 de enero de 1811, tras la derrota fatal de Puente Calderón, el ejército de Hidalgo y Allende se vino abajo. Iban rumbo al norte cuando fueron detenidos en Acatita de Baján, cuando iban rumbo a Monclova y fusilados. Hidalgo fue pasado por las armas el 30 de julio de 1811. Entonces, Andrés Quintana Roo, a quien lo había detenido la espera del permiso de Agustín Pomposo para casarse con Leona fue a unirse con los insurgentes. Él bien sabía que ya lo habían descubierto y corría peligro su vida, además que ardía en ansias de incorporarse al ejército rebelde. No le dio miedo saber que los realistas fusilaban a cuanto insurgente caía en sus manos. Entonces, alentado por su Leona se lanza a la lucha y parte a Zitácuaro para sumarse a las fuerzas de quien había quedado al frente tras la muerte de Hidalgo; Ignacio López Rayón que había organizado la Junta de Zitácuaro. Entonces Leona establece contacto con López Rayón. Posteriormente tomaría contacto con el Ejército del Sur, que comandaba José María Morelos y Pavón. Andrés posteriormente llega a Oaxaca y en julio de 1812 se encontraba redactando el Seminario Patriótico Americano para dar a conocer la causa y los fines del movimiento. Y su novia Leona se quedó en la capital para organizar una red secreta de apoyo a la lucha patriótica. Se dedicó a informar a los insurgentes de todos los movimientos que podían interesarles y que ocurrían en la capital del virreinato, además conseguía armas y recursos para la lucha insurgente. Ya desde 1810, Leona Vicario había comenzado a formar parte de una sociedad secreta que posteriormente sería llamada Los Guadalupes, y debido a que sus integrantes pertenecían a la élite de la sociedad virreinal, tenían información privilegiada que hacían llegar a los insurgentes. Leona no solo recogía la información sobre las estrategias de los españoles para combatir a los insurgentes. Para recoger esa información tenía que convivir y sufrir los comentarios de la “alta sociedad” rabiosamente realista, empezando por su tío que cuando inicia el movimiento escribió y se dedicó a distribuir un folleto titulado. “Las fazañas de Hidalgo, Quixote de nuevo cuño, facedor de tuertos”, etc. Teniendo contacto con Ignacio López Rayón y la Junta de Zitácuaro y con el Cura Morelos, Leona se volvería un elemento clave de la lucha. Además de noticias e información de lo que ocurría en la corte virreinal, dio cobijo a fugitivos, gastó su fortuna enviando dinero y medicamentos. Luego de los acontecimientos de 1811, el gobierno virreinal comenzó a perseguir a todos los partidarios de la Independencia, entre ellos, desde luego a Leona que nunca había escondido sus simpatías, la espiaban, le fueron confiscando sus bienes y esperaban el momento de detenerla. También su querido primo Manuel había optado por integrarse a la lucha armada de los insurgentes, lo que ocasionó que Pomposo, al enterarse se enfermara del berrinche. En esas circunstancias tan complicadas, Leona atendió y cuidó a su tío materno, sin tomar en cuenta las profundas diferencias políticas e ideológicas. No podía olvidar que él siempre la había apoyado. El vínculo entre ellos era fuerte, al grado que ambos murieron el mismo año: 1842

Mientras tanto Andrés jugaba un papel importante en la difusión del programa de lucha del movimiento, trabajó en el manifiesto que la Junta Suprema de la Nación o Junta de Zitácuaro que se dio a conocer el 16 de septiembre de 1812. Y claro que la actividad de la mujer era propiciada por los Insurgentes que en el Seminario Patriótico Americano del mes de noviembre publicaron dos manifiestos que titulaban “A las damas de México” que las llamaban a jugar su papel en la lucha. Esos manifiestos los escribió Andrés, siguiendo los sentimientos de Leona Camila Vicario.

Mientras tanto Leona seguía trabajando por la causa insurgente, a finales de 1812 convenció a unos armeros vascos que se unieran al bando insurgente se trasladaron a Tlalpujahua, localidad donde era dueña de una Hacienda y en la que estaba instalado el campamento de Ignacio López Rayón, donde se dedicaron a fabricar cañones financiados con la venta de sus joyas y sus bienes. Además, escondido entre huacales, llevaba material de imprenta para los periódicos insurgentes. Pero llegó el momento en que la “pescaron”, el 28 de febrero de 1813, salía Leona de misa en la Iglesia de La Profesa cuando le avisan que desgraciadamente un correo suyo: Mariano Salazar que llevaba correspondencia secreta que ella había enviado el 25 de febrero había sido detenido y que las fuerzas del siniestro realista Anastasio Bustamante luego de revisarlo encontraron cartas de Leona, escritas por ella misma dirigidas al insurgente Miguel Gallardo y a López Rayón para informarles sobre los movimientos del ejército del Rey. El 27 le habían llegado los documentos al Virrey y a la Real Junta de Seguridad y Buen Gobierno, que perseguía a quien murmuraba contra el Rey o sostenía conversaciones sobre las alternativas para el país o que poseía algún papel subversivo, ¡¿Cómo no iba a perseguir a quien actuaba decididamente a favor de la Independencia?! De modo que era inminente su detención. De inmediato, en ese mismo momento, Leona huyó con la intención de dirigirse al territorio que dominaban los insurgentes. Se escondió en San Juanico, Tacuba, por donde hoy está el metro San Joaquín y mandó avisarle a María de Sotomayor, su ama de llaves, quien también podría ser detenida y a Rita Reyna su cocinera. También la acompañaban sus dos lavanderas de apellido Fernández y Gertrudis mamá de ambas. En San Juanico se escondió hasta el miércoles 3 de marzo, escondiéndose en los jacales del pueblo, durmiendo en el suelo y mal comiendo. De ahí salió caminando rumbo a Huixquilucan, que estaba a 22 kilómetros, atravesó durante siete días lomas, ríos, montes y cerros, en medio de sitios desconocidos y poblados donde se extrañaban por su vestimenta y estado físico. Llegando a Huixquilucan no encontró ayuda para trasladarse a Tlalpujahua donde estaba su novio con López Rayón. Había solicitado apoyo del insurgente Trejo quien de manera grosera se negó a llevarla puesto que no la conocía. Leona estaba muy enferma del estómago y en muy malas condiciones, sin poder contactar quien la llevara lejos de ahí, cuando llegó un tío con el recado que regresara bajo el cobijo y protección de Agustín Pomposio bajo la amenaza de que, si no lo hacía así, éste iba a denunciar a todas las personas que la visitaban en su casa. También le entregaron una carta del sacerdote José Manuel Sartorio a quien Leona respetaba pues era partidario de la independencia en la que le decía que era más conveniente que se regresara. A pesar de que Leona le había mandado una carta a López Rayón sobre su situación y ubicación, este se enteró tarde de que Leona estaba en Huixquilucan y cuando mando a 400 soldados a rescatarla ella ya no estaba, venía de regreso a la capital. Al llegar a su casa se llevó una amarga sorpresa. La encontró en total desorden, todas sus cosas revueltas tras un cateo minucioso. Todo eran destrozos. Las chapas rotas. Le faltaban libros y papeles. Entonces tuvo los más nefastos presentimientos. No solo ella corría peligro, sino toda su red de contactos.

Su tío había conseguido la “gracia” del Virrey para que la perdonara. Pero ella tenía que pedir sumisamente ese indulto, y eso nunca lo iba a hacer Leona, que odiaba la traición. Se negó terminantemente a indultarse, sabiendo las consecuencias. A los dos días fue detenida y enviada al Convento de Belén, por intercesión de Pomposio quien no quería ver a su sobrina en una cárcel. Estuvo presa durante 42 días. Su influyente tío, no pudo evitar que las autoridades la procesaran conforme a la justicia. La Real Junta de Seguridad y Buen Orden le instruyó un proceso en el que fueron apareciendo los documentos que la inculparon; entre otros, los relativos a sus intentos de huida para pasarse al campo de los rebeldes; fue sometida a interrogatorio, y se presentaron las pruebas que la inculpaban. A pesar de su delicada situación, los interrogatorios y las amenazas, nunca delató a sus compañeros. La declararon culpable, la condenaron a prisión y le incautaron todos sus cuantiosos bienes.  Ella era tan importante para los insurgentes que idearon un ingenioso operativo para ayudarla a escapar. En mayo de 1813, tres insurgentes disfrazados de oficiales virreinales la ayudaron a escapar; la escondieron en un almacén de granos, pues todas las garitas de la ciudad estaban vigiladas para evitar que saliera de la capital. Los periódicos armaron gran escándalo y tuvo que esperar hasta mediados de junio, cuando ya había bajado la vigilancia para huir disfrazada acompañada de arrieros que llevaban en sus burros frutas, legumbres y pulque, acompañados por un grupo de mujeres entre los que iba Leona, a quien habían vestido de harapos y pintado el rostro de negro. Así partió rumbo a Tlalpujahua, Michoacán, donde por fin pudo contraer matrimonio con su amado camarada: Andrés Quintana Roo. Una vez en el campo de batalla, en medio de la lucha armada, luego de haber dejado atrás sus lujos y privilegios se dispuso a luchar sin tregua, sin importar sacrificios, hasta lograr su máxima aspiración patriótica, la Independencia de México. La leona estaba ya combatiendo, no desde la retaguardia, sino en el mismo frente de batalla. Los numerosos peligros no la amilanaban. La página de su vida abría un nuevo y brillante capítulo.



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